
ELEGIE SANS NOM
Sable déchaux et mer toute nue.
Mer nue et impatiente se mirant dans le ciel.
Le ciel qui se continue lui-même
qui poursuit son azur sans le trouver
jamais définitivement distillé.
Je marchais trop léger sur le sable
trop dieu frémissant pour mes solitudes
fils de l’esperanto de toutes les gorges
prodigue de regards blancs sans envol fixe.
Se faisaient les mouettes se défaisaient les nuages
et les vagues revenaient à l’assaut de la rive.
Tant de batailles blanches d’écumes dénouées
pour se prendre en un seul coquillage sans image de neige
ni sel poli et dur.
Le vent gonflait ses voiles d’une vigueur invisible
il dansait oublieux délaissé retrouvé
et tu étais toi.
Je ne t’avais pas encore vue.
Fils de mon présent frais enfant de l’oubli
mon sang me portait des nouvelles de mes mains.
Je savais diviser la vie de mon corps comme le chant en strophes
tête libre épaules
poitrine
cuisses et jambes essayées.
Me pénétrait une tristesse de lointaines
colombes égarées
de paroles perdues au delà du silence
faites d’ailes en poudre de papillons
et de cendres roses absentes de la nuit.
Tournesol en rêve je ne t’avais encore vue
aimant oeillet vécu en un geste immobile.
Tu n’étais pas toi.
Je marchais marchais marchais
en une démarche plus fragile que moi-même
dans la non-pesanteur transparente et dormeuse
délié de souvenirs et l’ombilic au vent…
Mon ombre à mon côté sans pieds pour me suivre
mon ombre tombait brisée maigre et inutile
comme un poisson sans arêtes mon ombre allait à mon côté
comme un chien d’ombres
si pauvre que nul chien d’ombres ne jappait après elle.
C’est beaucoup toujours toujours c’est
trop toujours ma lampe d’argile
c’est trop ressembler à mes pâles mains
et à mon front cloué par un amour immense
fructifié de noms sans identité
avec la lumière qui découpe aigrement les choses.
C’est beaucoup unir les lèvres pour que ne s’échappe
ne fuie ne s’évanouisse
mon secret de chair mon secret de larmes
mon baiser entrecoupé.
J’allais et tu venais
bien que ton beau corps reposât étendu
tu avançais amour le destin te poussait
comme pousse les voiles le titanique vent aux épaules frémissantes
Te poussaient et la vie et la terre et la mort
et des mains qui peuvent plus que nous-mêmes
des mains qui peuvent nous unir et nous arracher
et frotter nos yeux au suc des anémones.
***
Elegía sin nombre
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado ligero,
demasiado dios trémulo para mis soledades,
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin imagen
de nieve ni sal pulida y dura.)
El viento henchía sus velas de un vigor invisible,
danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
y tú eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente —fresco niño de olvido—
la sangre me traía noticias de las manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto
en estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de lejanas, de
extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la noche…
Girasol en los sueños: aún no te había visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
con una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al
viento…
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi
lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
iYa es mucho siempre siempre, ya es demasiado
siempre, mi lámpara de arcilla!
iYa es mucho parecerme a mis pálidas manos
y a mi frente clavada por un amor inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recortan las cosas agriamente!
iYa es mucho unir los labios para que no se
escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías,
aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
como empuja a las velas el titánico viento de
hombros
estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
y unas manos que pueden más que nosotros
mismos:
unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas…
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
eran, y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
tus cabellos endrinos.)
Así anduvimos luego uno al lado del otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
una cosa que crece como una llamarada que
desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
y era la primavera inquieta de tu sangre
una música presa en tus quemadas carnes.
Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente,
con esa indiferencia que levanta las cejas.
Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras ágil,
fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
las uñas ovaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas
siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
que el viento te conduce
como a un árbol que crece con musicales hojas.
Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y segura,
con mi barbilla triste en la flor de las manos,
con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas derrotadas…
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la carne
como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema:
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que este limo oscuro de lágrimas sin preces, naces
—dalia del aire— más desnuda que el mar
más abierta que el cielo;
más eterna que ese destino que empujaba tu
presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
¿Sabes?
Me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente…
y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
inútilmente siempre.
Los pechos de la muerte me alimentan la vida.
(Emilio Ballagas)
Illustration: ArbreaPhotos